Un destino


 ...y en Villa del Parque y en la Plaza San Martín, bajo un árbol o una calle, escuchó los gritos de algo que había leído antaño, del atardecer de una llanura o del agua cayendo desde los balcones. Bajo las ramas, un entorno circular, un ambiente o un orbe cuyo centro era ella, que lo esperaba sentada, a la sombra del árbol del centro, sobre las raíces que imploraban cielo e intentaban alcanzarlo, y detrás de ella estaba todo y estaba el fin, coronándola; la muerte lo esperaba allí y su abrazo era inexplicable. 

  Reposado en las barandas de las barrancas, miró hacia abajo y vio un espejo de lo anterior; el árbol, ella, todo —quizás fue un eco. Recordó (recordé) un abismo que caía hacia lo que no se conoce, lo que se cubre y espera, hospitalario, en el cordón de la vereda—. Volvió la cabeza y estaba ella de nuevo, en el árbol del centro de la plaza, apoyada en una raíz, sentada y contemplando, con un incienso en una mano y, tras su cabello, su aureola, esa en la que confluía todo lo que en ese momento había y lo que aún hay.

  Desde su baranda la contempló unos instantes y en todas las direcciones vio lo mismo; en cada punto de su alrededor, casi como un caleidoscopio, la veía sentada en la madera y veía su corona absoluta; bajo la barranca y en el árbol, en la calle y en los bancos. 

  Conmovido y encantado, decidió saltar de la baranda, hacia cualquiera de ambos lados, y caer a la muerte que lo esperaba en los brazos de ella.

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