Desproporcionado


 Ya cuando las arrugas de mi cara se habían vuelto palabras, mis ojos películas, mi voz oberturas, mi nariz era ya diminuta, las yemas de mis dedos conseguían, al fin, tener un nexo directo con el corazón, y cuando mis orejas eran ya enormes, sentí otra vez el golpe. Violentamente, amaneció; y ese golpe fue, de nuevo, el que me quitó las arrugas, y me dio esa juventud que se aborrece y a su vez se aprecia.

 Entonces me encontré sin casa y mi piel se irguió, mis ojos observaron lo que antes fueron, mi voz se silenció, mi nariz creció, mis dedos otra vez aprendían. Pero esta vez, mis orejas conservaron su tamaño.

 


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